Si resulta cierto aquello de que “el pez por la boca muere”, Hillary Clinton tiene todo el derecho a poner el champagne a enfriar. Tras hacerse pública la grabación en que Donald J. Trump se revela como un depredador sexual, un importante segmento del liderazgo republicano le retiró su apoyo e incluso exige que renuncie a la candidatura presidencial.
A cuatro semanas de los comicios del 8 de noviembre, la elección presidencial en Estados Unidos difícilmente podría esta más clara: por el bando demócrata, Hillary Clinton es la candidata del sistema; con una agenda de “centro-progresista” busca continuar los ocho años del mandato de Barack Obama, más que regresar a los tiempos de su esposo Bill en la Casa Blanca.
La opción de cambio la representa Trump, un personaje de la farándula que nunca ha sido electo para cargo alguno, pero que fue capaz de movilizar al Estados Unidos racista, xenófobo y misógino para aplastar a la vieja guardia del Partido Republicano, a fuerza de mentiras y una vulgaridad sin precedente en una sociedad tan puritana como la estadounidense.
Con sus intentos de resucitar los escándalos sexuales de la era Clinton, Trump utilizó el segundo debate presidencial como un foro para fortalecerse entre su principal base electoral: los hombres blancos de más de 50 años de edad que se identifican a sí mismos como cristianos. Ello, a costa de alejarse del electorado femenino, todas las minorías y la mayor parte de los votantes con estudios universitarios.
También con negativos muy altos entre los poco más de 100 millones de probables votantes que acudirán a las urnas, hasta ahora Hillary Clinton ha logrado que el tema central de la campaña sea la personalidad de su contrincante. Algo no demasiado complicado considerando el egocentrismo del señor Trump.
